Nuestra Visión

Para comprender la visión que todos los miembros de La Nueva Jerusalén tenemos con respecto a la obra de Dios en el mundo, de lo que El nos ha llamado a hacer, y de lo que significa ser comunidad, será útil fijarnos en nuestros ideales, entendiendo éstos como aquellas nociones que concretan lo que procuramos vivir diariamente en nuestra realidad comunitaria y que nos motivan a entregarnos más y más a nuestro llamado.

El ideal central de la comunidad La Nueva Jerusalén (extensible a toda comunidad de la Espada del Espíritu) es “ser un pueblo en misión”. Tan fuerte es esta identidad que sentimos que sin este ideal no tiene razón de ser el pueblo. No estamos en comunidad por una simple tendencia o gusto personal sino porque Dios nos ha llamado, tomando Él la iniciativa, a esta clase de vida y nosotros hemos respondido Cinco expresiones describen el ideal central de ser un pueblo en misión.

Ser pueblo

Hace referencia, a la vez, a la unidad y a la diversidad .Hay unidad en nuestra entrega al Señor, nuestros ideales, nuestra misión, nuestro estilo de vida, nuestro gobierno común, nuestra espiritualidad. Hay diversidad en las edades, estados de vida, ocupaciones, trasfondos sociales, capacidades, dones y servicios a prestar en la comunidad. La palabra pueblo recalca el hecho de que somos una agrupación de personas, muy plurales en todos los órdenes, unidos por una misma cultura, que determina nuestro estilo de vida, que a su vez refleja un modelo de vida familiar, más que modelos organizativos o institucionales. Nuestras relaciones son de lealtad, de afecto, de encuentros de mutua acogida, de reconciliación, de servicio, de entrega; en fin todo lo que deriva del amor de alianza, amor comprometido, que el Señor ha derramado en nuestros corazones.

El amor a Dios

Se deriva de la conversión personal a Dios, por Cristo y en el Espíritu Santo. Conversión como experiencia personal del amor de Dios, de su poder, de su obra transformadora en nuestras vidas. La respuesta de gratitud a esa obra de Dios en nuestras vidas no puede ser otra que el amor personal a El, nuestro Dios, Señor y Salvador. Ese amor se manifiesta en el deseo insaciable de conocerlo más y más y vivir continuamente en su presencia; de buscar su rostro en la oración personal y comunitaria; de alabarlo y adorarlo por su inmensa grandeza y poder; de escudriñar su Palabra y recibirla en nuestro corazón; de dejarnos transforma a imagen suya, por la acción del Espíritu Santo, de dejarnos moldear por su acción santificadora para responder permanentemente a su voluntad.

Celo por su Reino

Es la consecuencia del amor de Dios. El Dios a quien conocemos y adoramos es el Señor y tiene un plan amoroso de salvación que va realizando a lo largo de la historia de la humanidad. El foco de acción del Reino es el Pueblo de Dios, la Iglesia, encargada de hacer presente la vida del Reino y de extenderlo mediante la evangelización y formación de discípulos. Tener celo por el Reino de Dios significa para nosotros identificarnos por completo con la causa de Dios en Cristo, con todo lo que haga avanzar su reinado y entregarnos de lleno a la misión, que dentro de su plan, nos ha encomendado. Por eso el celo por el Reino tiene expresiones muy prácticas. Implica hacer nuestra la exigencia de la evangelización por obediencia al mandato del Señor y por amor a los hombres. Implica también llevar continuamente a la práctica, la fe cristiana en nuestra vida personal y comunitaria que realmente de testimonio de la presencia activa del Reino de Dios y ello va a suponer asumir la responsabilidad de ser en el mundo un signo de contradicción ya que no es mayor el discípulo que el Maestro.

Discípulos de Jesús

Los miembros de la comunidad El Señorío de Jesús queremos vivir realmente como discípulos de Cristo y entendemos esto en su forma radical: implica someternos de lleno al señorío de Cristo en nuestra vida persona, familiar y comunitaria; relacionarnos con El diariamente y de forma personal, para así ser instruidos por El y obedecerle en todo; entregarnos a El para que por la acción de su Palabra y de su Espíritu, El vaya transformando nuestros criterios, nuestro modo de pensar, nuestras actitudes y nuestra conducta a su imagen y semejanza. Ser discípulo conlleva abrazar la causa de Cristo e identificarse con su misión, con la disposición de abrazar su cruz, es decir, de sufrir si es necesario en aras del cumplimiento de la misma. El discipulado cristiano radical se vive con una continua fe en la obra de Dios y en la victoria de su plan de amor; con una alegre esperanza en el cumplimiento de su designio salvador; con un amor visible que brota de la vida en el Espíritu; se vive, además, en sencillez de corazón, en pureza de intenciones y en disponibilidad total a compartir y servir.

Ser siervos

El discípulo no es más que el Maestro. Jesús es el Siervo de Dios por excelencia. Vino a servir y no a ser servido. Por ello, lo de ser siervos, no es algo que hacemos sino que somos. Es un elemento de nuestro carácter en nuestra calidad de discípulos de Cristo. Sabemos que el servir implica humildad y desde esta actitud servimos, primeramente, a Dios, rindiéndole culto, obedeciéndole, realizando la misión que nos ha encomendado. Servimos a los hermanos en comunidad y en las comunidades hermanas de la Espada del Espíritu, siendo solícitos ante sus necesidades y atendiéndoles según nuestras realidades y posibilidades. El servicio mutuo es una de las expresiones fundamentales del genuino amor de alianza y sirve de criterio para saber si vivimos o no como verdadera comunidad de alianza. Servimos al resto del Pueblo de Dios, servimos a todos los seres humanos, proclamando con gozo la buena noticia del reino de Dios, implantando su Reino y extendiéndolo hasta que llegue a su plenitud.